Intervencion del Partido Comunista Peruano

José Mendivil  Lima (*)                                       
Renán Raffo Muñoz (**)

I.  El Socialismo Mariateguista
En el año de 1930, después de una agonía de muerte, fallece en la Clínica Villarán José Carlos Mariátegui. Creyó, como otros socialistas de su tiempo, que el capitalismo había dejado de coincidir con el progreso, y que el mundo vivía la era del socialismo. Mariátegui nace en Moquegua el 14 de junio de 1894, y muere el 16 de abril de 1930, después de una penosa enfermedad a la edad de 36 años.

En vida publicó "La Escena Contemporánea" y "Siete Ensayos de Interpretación de la Realidad Peruana". Como crítico de la realidad peruana de los años 20, y agudo observador de su tiempo escribió profusamente una vasta obra de ideología y teoría política, de análisis literario, de comentario sobre arte y cine, de ensayo histórico y de debate periodístico; obra que ha sido reunida en libros como "Historia de la Crisis Mundial", "Figuras y Aspectos de la Vida Mundial", "Ideología y Política", "Defensa del Marxismo", "Peruanicemos al Perú", etc. Como agonista del socialismo peruano -agoniza el que combate, proclamaría Mariátegui- y publicista del marxismo convencido de sus ideales y humanismo, funda y dirige la Revista Amauta y el Partido Socialista, y promueve y apoya la fundación de la Confederación General de Trabajadores del Perú.

Los peruanos fácilmente nos identificamos con Mariátegui, Vallejo y Arguedas. Y si nos piden mirar hacia el pasado, nombramos a Tupac Amaru II. ¿Cuál es la similitud de su importancia? ¿Qué representan para nosotros sus nombres y su recuerdo? No creo exagerar si afirmo que su similitud está en lo que simbolizan para el ideal de un Perú peruanizado o para la promesa incumplida de un Perú diferente.

Lo común del Perú que imaginaron está en el encuentro de los peruanos con su diversidad cultural que tiene sus orígenes más antiguos en la cultura Caral, y más recientes en la conquista de la Confederación de las nacionalidades que fueron reunidas por la civilización de los Inkas. En el Perú, la tradición andina se niega ha abandonar la vida frugal de tierras áridas y yermas, y ahora renueva sus luchas y organización enfrentándose a la explotación minera.

El socialismo mariateguista veía en las comunidades descendientes de los antiguos pueblos que poblaron los andes sudamericanos una fuente importante para la edificación del socialismo peruano. Al preguntarse Mariátegui cómo podrá transitar la comunidad andina hacia un nuevo Perú, afirmaba que ésta encontraría sentido en el socialismo, que su comunitarismo (ayllu), al que llamó  comunismo agrario, se complementaría fácilmente con el colectivismo, permitiendo la construcción de un socialismo suigeneris, dadas las condiciones de entonces del atraso capitalista y el dominio del imperialismo.

En lo esencial esta relación sigue siendo hasta la actualidad el principal problema a resolver por el socialismo peruano, si bien el comunismo agrario que percibiera Mariátegui, ha sufrido profundos cambios, sobre todo después de la reforma Agraria del nacionalismo militar de los años 60, cambios que no han resuelto lo que Mariátegui llamara el problema del indio en uno de sus siete ensayos de interpretación de la realidad peruana.

El socialismo de Mariátegui  fue posteriormente reinterpretado por el historiador peruano Alberto Flores Galindo, un intelectual de izquierda, el que sin alejarse de la utopía del socialismo, y luego de constatar que el industrialismo capitalista de la segunda mitad del siglo XX había dejado más pobres y excluidas a las comunidades campesinas , sostenía que probablemente las comunidades andinas no encuentren solución a sus problemas con la industrialización de sus economías y territorios; sino bajo formas diferentes de producción socialista que respeten la tradicional economía comunal andina.

Este problema deja de ser un problema teórico y es un problema actual, como sabemos con la llegada de Evo Morales al gobierno de Bolivia, que junto al Perú y Ecuador conforman el eje andino de nuevos procesos de cambios y probables revoluciones como advierte el Imperialismo norteamericano.

El Vicepresidente de Morales en un articulo publicado en…sostiene la idea del capitalismo andino, siguiendo las tesis leninistas de la NEP. No vamos a tratar ahora los problemas teóricos que presenta esta idea del gobierno boliviano, ya que lo que pretendemos hacer notar son los retos del socialismo en un área tan importante como la andina para el reacomodo del capitalismo global y latinoamericano, una región que políticamente madura para cambios revolucionarios en los que los socialistas debemos influir.

De Mariátegui nos queda en la memoria su clamor creativo de peruanicemos al Perú y su permanente agonía por comprometernos en la tarea del socialismo.
Mariátegui entonces estaba muy comprometido con la construcción de la nación peruana a inicios del siglo XX, lo que llevará a Flores Galindo a afirmar que “el nacionalismo terminó envolviendo la biografía de Mariátegui” . El actual nacionalismo peruano o etnocacerismo, que empezara como el proyecto de una familia provinciana originaria de Ayacucho, lugar en el que en la década del 70 Sendero Luminoso empezara su organización y desarrollo militar, se ha convertido en la esperanza de millones de peruanos, si bien el Partido Nacionalista Peruano, recientemente fundado, más que un partido, es un movimiento con varios problemas organizativos y políticos.

El socialismo mariateguista fue fundamentalmente internacionalista, y no puede ser confundido con el nacionalismo, que como sabemos fue la expresión política del ascenso al poder de la burguesía y de la formación de los modernos estados-nación, con los que se estableciera el dominio capitalista y el colonialismo moderno.
Mariátegui, como Arguedas, fue un agonista de la peruanidad, ideal que buscara con emoción y compromiso socialista. Mariátegui es sin duda el intelectual más original y creativo en la historia del pensamiento político peruano. Reclamaba para sí solo el beneficio de la sinceridad  de sus ideales socialistas para la formación de un nuevo Perú.

Su compromiso ideológico con el marxismo lo llevó a afirmar que el materialismo encerraba todas las posibilidades de ascensión moral, espiritual y filosófica del hombre . En su tiempo, tiempo de adhesiones apasionadas y de vehemente romanticismo, de candoroso misticismo justiciero y milenarista, no pudo intuir que en Europa el pensamiento crítico y afirmativo que postulara  terminara en muchos casos derrotado por el liberalismo y la socialdemocracia; y mucho menos intuir la frustración histórica del socialismo . 

Creía que el Socialismo confluía casi como una fatalidad histórica  con el indigenismo de los años 20. Así, para él la creación del nacionalismo peruano  , debería empezar resolviendo la dualidad de nuestra economía y alma peruana . Su concepción dualista de nuestra historia y economía, del doloroso y enervante conflicto entre la sociedad que se desarrolla en la costa y el sentimiento indígena que sobrevive en la sierra, hondamente enraizado en la naturaleza , lo llevaron a afirmar que el progreso del Perú sería ficticio o no será peruano mientras no signifique también el bienestar de indígenas y campesinos .
Para Mariátegui, la formación de la nación peruana implicaba el fin del drama que nace del pecado original de la conquista y que fuera trasmitido a la república; es decir, de nuestro estilo ab initio de la República de querer construir una sociedad y economía peruana marginando y relegando a indígenas, andinos y campesinos, a negros y mulatos, a cobrizos y "cholos" .

Si bien Mariátegui creía que la única peruanidad que ha existido ha sido la del Perú autóctono , y fue muy crítico de la "nueva peruanidad" o “peruanidad criolla", que por si sola no podía representar a la nación ; postuló que la dualidad del alma o de lo que se conoce comúnmente como peruanidad o identidad nacional, debería resolverse mediante la "fusión", mezcla, reconciliación, conciliación y unificación de las culturas y rostros de nuestra peruanidad  en el socialismo.

Los socialistas peruanos, hederos del partido que fundara, no hemos sabido resolver este problema, el principal de la formación de la nación peruana. el que para Mariátegui significaba nuestro mayor problema histórico . La naturaleza conflictiva y negativa de la peruanidad —en parte superada desde los años 60 con el fin de los resabios de la República Aristocrática y por los cambios que trajo la reforma agraria de 1969— subsiste bajo nuevas formas de exclusión, que dificultan el paso de lo disgregado y en permanente conflicto, a lo diverso y convergente.

Peruanidad disgregada en nuestra vida cotidiana, que fluye por todos los poros de la vida nacional y que el mestizaje no pudo resolver. El peruano y su nación no se reconocen ya en la tradicional alma peruana, que fuera escindida por el señorío y la servidumbre durante siglos, ni actualmente en su secuela perturbada por el racismo, el autoritarismo y la marginalidad de millones de peruanos (la demografía afirma que son más de 4 millones los peruanos que viven en cerca de 7000 comunidades campesinas), procesos sociales y políticos que impiden la confluencia nacional de diversas y diferentes identidades locales y regionales, y que inhiben que fructifique el germinal despliegue de una peruanidad nueva, afirmativa y no negativa, optimista y no fatalista; en fin, nerviosa y vital, pujante y renovadora, imaginativa y creadora, diversa y plural.
El socialismo mariateguista es innovador. Lo trascendente en Mariátegui está en su socialismo, en su peruanismo integrador y humanista , en su fe y compromiso con el futuro del Perú. Influido por las ideas de su tiempo sostenía que el capitalismo ha dejado de coincidir con el progreso . Su crítica de la burguesía peruana, de su rentismo económico y liberalismo formal, no lo llevaron a excluir teóricamente que para constituirse en una clase capitalista vigorosa debería crear los elementos de un orden liberal burgués .

Al referirse a su rol nacional, afirmaba que nuestra burguesía no ha sabido ni querido cumplir con su papel en la historia  por carecer del espíritu y mitos nacionales de los hacedores de la industria  moderna. Sus ideas políticas son muchas veces contradictorias. Ello se debe al interés que muestra al destacar un tema o acentuar los rasgos de su socialismo, a su fe religiosa en el marxismo y en el socialismo, a su espíritu innovador y polémico, y a su estilo político de vivir y actuar como un protagonista que se proponía abiertamente concurrir a la creación del socialismo peruano  y mundial.

Mariátegui vivió como un protagonista, en una época rica y variada en acontecimientos, época de guerras y revoluciones, en la que, bajo la influencia de la Revolución de Octubre y de las ideas de Paúl Valery y Oswal Spengler sobre la muerte de las civilizaciones y decadencia de occidente, prejuzgó el agotamiento final del capitalismo  y admitió el triunfo inexorable del socialismo y la “cultura proletaria” . Su internacionalismo revolucionario, en sí mismo moral, emocional e ideológico, que animara los intereses y propósitos de una clase, que defiende una concepción de la vida y proclama un destino de la humanidad, no debe dificultar que reconozcamos —probablemente esto sea lo más acertado para el inicio de una perspectiva teórica y política integradora y renovadora del pensamiento político peruano sobre el cambio social— el substrato metodológico de su internacionalismo, siempre atento al estudio de la evolución de las ideas y de los cambios en la economía, sociedad, cultura, arte, ciencia, cine, etc.; que apreciemos su actitud vital e inquieta para asumir como su causa la gran causa de la humanidad, y que estemos dispuestos a no olvidar su admonición a que nos preparemos y ocupemos nuestro puesto en la historia .
A Mariátegui le interesaba que sus proposiciones influyan en la acción, en los hechos, que coincidan con el sentimiento de su generación y con el ritmo de la historia . Su realismo político es en esencia ético. Su utopismo socialista, agónico y religioso, fue a la vez un estilo renovado de hacer política. Reconoció, sin remilgos que su búsqueda de Dios lo acompaño desde su infancia . La religión, que asume su acepción agónica con la Agonía del Cristianismo de Unamuno, y que se funde con los mitos revolucionarios de Reflexiones sobre la Violencia de Sorel, llevan a Mariátegui a concebir los cambios de la sociedad como el ideal y el mito de justicia de las muchedumbres .

Así, en un sentido unamuniano, Mariátegui elevaba la política a la categoría de la religión , es decir, a la dimensión de su espíritu solidario y constructivo; y, como pesimismo de la realidad y optimismo del ideal, a la categoría de la fe agónica de muchedumbres con una moral de productores .

Mariátegui practicó un estilo ético-religioso de hacer política, un estilo que repudiaba la declaración caudillesca, la retórica hueca y la oposición ramplona . Los dos últimos años de su vida están matizados por las vicisitudes de su enfermedad agravada por la amputación de una pierna, por la tensa angustia de su aislamiento final y su derrota circunstancial ante el estilo pedestre y taimado de la política “criolla” que identificara en el partido aprista de Víctor Raúl Haya de la Torre.   

Mariátegui se aproximó a lo diferente y diverso sin alejarse de la universalidad del socialismo. Arguedas, en cambio intentó encontrar un camino distinto desde la antropología, el ensayo y la novela, y darle sentido a la tradición en el lugar de la diversidad de nuestros modos de vida, particularidad que Mariátegui en las condiciones de los años 20 no pudo intuir, en tanto esperaba que el socialismo reemplazara, casi inexorablemente, al capitalismo en crisis .
El socialismo lo sobreentendía todo o casi todo. Para él, si bien el socialismo, como el capitalismo, había nacido en Europa, no era un sistema particularmente europeo sino mundial al que no se sustraía ninguno de los países que se mueven dentro de la órbita de la civilización occidental. Admitía que indo América  podía y debía tener individualidad y estilo, pero no una cultura ni un signo particular . El socialismo que Mariátegui propugnara, estaba en la tradición americana, en la que “la más avanzada organización comunista, primitiva, que registra la historia, es la incaica” . Socialismo que ciertamente no sería ni calco ni copia del europeo, sino creación heroica y que responda a nuestra propia realidad social y a nuestro propio lenguaje.

Mariátegui sólo traza los contornos probables del socialismo en el Perú. En los Principios Programáticos del Partido Socialista, afirma que el socialismo encuentra en las comunidades, como en las grandes empresas agrícolas, los elementos de una solución socialista de la cuestión agraria, que avanzaría en donde ésta sea posible, y que mientras tanto toleraría en parte la explotación de la tierra por pequeños agricultores, allí donde el yanaconazgo o la pequeña propiedad sugieran dejar transitoriamente tierras de cultivo en manos de particulares .

El socialismo, diría Mariátegui, al estimular el resurgimiento del “pueblo indígena”, la manifestación creadora de sus fuerzas y espíritu nativos, no lo haría en absoluto en el sentido romántico y antihistórico de la reconstrucción o resurrección del “socialismo incaico”, del que quedaban solo como factor aprovechable los hábitos de cooperación y comunitarismo de las campesinos indígenas, dentro de “una técnica de producción perfectamente científica” .

Arguedas enfrentó esta contradicción entre universalismo y nación atrasada y con una fuerte influencia del pasado y la tradición andina incaica . Intenta inicialmente un encuentro positivo entre el colectivismo indígena, la técnica y ciencia moderna. A inicios de los años 50 estudia a las comunidades indígenas del Valle del Mantaro, y los resultados de su investigación los publica con el título “Evolución de las comunidades indígenas”.

El Valle del Mantaro y la ciudad de Huancayo: un caso de fusión de culturas no comprometidas por la acción de las instituciones de origen colonial” . Prescindiendo del socialismo, encuentra en los huancas un pueblo de indios que por razones históricas particulares, el haber sido aliados de los españoles en contra de las huestes de Atahualpa, una sociedad indígena de frontera entre el capitalismo y el tradicionalismo de la sociedad peruana de esos años, que mantenía aún los privilegios del gamonalismo por una superposición, casi integración, de los resabios del sistema colonial y del incaico que dificultaban u ofrecían resistencia al desarrollo socioeconómico del Perú , sistema que tardíamente terminara a fines de la década del 60.

Sus conclusiones llevaron a algunos de sus seguidores a diferenciar al Arguedas de estos años del de poco antes de su muerte.

En realidad Arguedas sostuvo por aquellos años que solo era posible un encuentro positivo entre el indio, la técnica y la organización moderna de la economía, al superarse las relaciones de yanaconaje y servidumbre que eran dominantes en los valles interandinos. Precisamente la inexistencia de estas relaciones en el Valle del Mantaro, del pongaje y el colonazgo, le permitieron observar la transformación del indígena en el mestizo “sin desarraigarlo y destruir su personalidad”. Pero, ¿en qué sentido se convierte el indio en mestizo y en un factor de producción económica diferente? Al responder a esta pregunta Arguedas muestra en sus ideas cierta confusión y ambigüedad entre la desindigenización del indio , y el rol de éste convertido en un nuevo actor social, como individuo partícipe de la cultura occidental:

 “Una conversión total, en la cual, naturalmente, algunos de los antiguos elementos seguirán influyendo como simples términos específicos de su personalidad que en lo sustancial estará movida por incentivos, por ideales, semejantes a los nuestros. Tal es el caso de los ex indios del valle del Mantaro, provincias de Jauja, Concepción y Huancayo; primer caso de transculturación en masa que estudiamos someramente... ” .

Cabe preguntarse si esta transculturación supone la idea de su dominación por la cultura occidental moderna. La respuesta es sí, si equivocadamente se cree que Arguedas no logró distinguir que el mestizaje cultural que sugería, constituiría nuestra forma nacional de apropiarnos de la cultura occidental. Arguedas duda sobre las posibilidades de constituir una nueva cultura mientras sean desiguales las oportunidades y relaciones de poder entre la cultura occidental y la quechua replegada. Esto es lo que refiere Nelson Manrique cuando evoca las ideas que Arguedas expusiera en las aulas de la Universidad Agraria: “La idea central que planteaba era la siguiente: En una comparación entre la cultura occidental y la cultura quechua, pretender equipararlas era tramposo porque les estábamos poniendo como si fuesen semejantes y equiparables....Por lo tanto, la posibilidad de esta integración cultural (una nueva cultura mestiza), pretendiendo que se trataban de dos culturas en un nivel de igualdad, lo veía como colonialismo. Entonces, ¿cuál era la alternativa que planteaba?

Si con los medios materiales que tiene el castellano se encuentra a esta altura (arriba) y la cultura quechua se encuentra a este nivel (abajo), creemos entonces los medios materiales para que la cultura quechua en sus propios códigos y separados se pueda desarrollar, para ir a la integración en nivel de igualdad. Todo lo demás le parecía colonialismo” .

Si indagamos en el sentido paradójico de sus ideas, no solo nos libraremos de la ambigüedad que presentan, sino que encontraremos la posibilidad de darle significado a su búsqueda de un Perú de todas las sangres, el que se confunde con el socialismo mariateguista. Las ideas que recuerda Manrique de las exposiciones de Arguedas, cercana ya su muerte, le dan su sentido más aproximado a la posibilidad de una cultura mestiza, en cuanto no bastaba con desindigenizar al indio, sino que resultaba necesario darle las posibilidades de poder concurrir a la formación de dicha nueva cultura en condiciones de igualdad.

Arguedas no resuelve esta contradicción fundamental de sus ideas. Cree que el Perú peruanizado puede darle un sino particular a la cultura que se forme, si el quechua no solo muestra habilidad para adaptarse desde la reciprocidad de su ancestral cultura a la técnica y la organización moderna de la economía, sino también, si puede desplegar su cultura “en sus propios códigos y separados”.
¿Cómo podrá liberarse esta cultura en los propios códigos de su lengua y de sus prácticas y formas de vida y de reproducción basadas en la reciprocidad? El emporio industrial de Gamarra aparentemente le estaría dando la razón al Arguedas de inicios de la década del 50 y no al de fines de los años 60, ( )

Pero, esta contradicción carece de importancia teórica, si bien no excluyo que la tenga en sentido histórico y antropológico. Arguedas tan solo deja al final de su vida planteado un nuevo problema, superando las anteriores ideas sobre la nación en formación, que respondían a la interrogante de entonces de cómo integrar al indio a la nación peruana. Mariátegui no se librara de este problema, como bien hace notar Alberto Flores Galindo , en tanto como señalamos antes, el socialismo integrando al comunismo agrario , resolvía dicho problema asimilando lo mejor que ofrecían los rezagos de una cultura que no solo no podía retornar al Tahuantinsuyo, sino que no podía tener éxito ante el universalismo de la cultura occidental liberada por el capitalismo y su racionalidad económica.

Arguedas cree que el indio para liberarse deberá concurrir a la formación de una nueva cultura desde la propia, la quechua. Por lo tanto, su ideal de un Perú de todas las sangres quedaba inconcluso al no afincar claramente sus ideas en el paradigma socialista. Por lo mismo, en un destino cierto para su permanente búsqueda de reconocimiento para la cultura andina  quechua. 

Pero, ¿qué destino cierto es posible intuir sin paradigmas y metas finales? Esta búsqueda sin referentes permanentes de un discurrir manifiesto e inexorable, quedó inconclusa. No tiene respuesta sin la indagación y la imaginación de la forma de concreción política de la metáfora del Perú de todas las sangres .

Antes, es necesario recrear un proyecto socialista contemporáneo, a partir del socialismo mariateguista; que para el caso de los andes sudamericanos, significa imaginar un proyecto político orientado a influir en sus cambios políticos actuales y probablemente encontrar una salida en la Confederación de estados socialistas de Perú, Ecuador y Bolivia. Esta tarea es mayor y sobrepasa a nuestras debilidades organizativas y baja influencia en los actuales procesos políticos que conmueven a estas naciones.

Los comunistas peruanos estamos comprometidos en su solución y confiamos que en los próximos años las luchas y movilizaciones populares por la soberanía de sus países, por la defensa de sus recursos naturales, y por formas más justas de producción y distribución de la riqueza, su rechazo cada vez más creciente contra el imperialismo y el colonialismo, que son actualmente lideradas por corrientes nacionalistas, encontraran en nuestros partidos su dirección revolucionaria.
 
II. El Sentido Humanista del Socialismo Mariáteguista

A diferencia del humanismo de Marx, el de Mariátegui es el humanismo del artista, del aventurero, del creyente y el realizador agonista de los mitos heroicos de las multitudes que anticipan en la tierra la obra del cielo . Sus ideales humanistas se definen por su adscripción al socialismo, y adquieren forma propia al enfrentar las consecuencias de la primera gran crisis de la razón moderna y de los ideales de libertad, igualdad y progreso; crisis que se diera y viviera después de la Primera Guerra Mundial, de la Paz de Versalles, y del ascenso del fascismo en Italia.

Mariátegui creyó, como otros socialistas de su tiempo, que el capitalismo había dejado de coincidir con el progreso , y que éste pasaba a depender del socialismo . Su espíritu inquieto e innovador expresaba la influencia de las ideas de Bergson sobre la religión y los mitos, del socialismo revolucionario de Sorel, del pragmatismo de James, y del optimismo de Unamuno que decía que agoniza el que lucha.

El socialismo humanista de Mariátegui se alzaba contra el nihilismo y la decadencia de una época puesta en evidencia por la guerra; contra la razón negativa que reemplazaba a la razón creativa de la ilustración y del pensamiento liberal; y también contra la violencia autodestructiva del hombre moderno desencantado que va a la guerra en nombre de la democracia liberal, y que después vestiría con las camisas negras de los fasci, y más tarde el uniforme del Tercer Reich.

Su humanismo es activo, militante, revolucionario, transformador, y esperanzador. Es un humanismo optimista, creyente en el que el hombre se emancipa si lucha por los ideales del mito socialista; optimismo del ideal socialista que toma para sí las banderas de la razón moderna y de la ilustración. Sigue las ideas del mexicano José Vasconcelos que predicaba el “optimismo del ideal” y el “pesimismo de la realidad”; y no al filósofo español José Ortega y Gasset, que escribiera sobre el “alma desencantada” y “el ocaso de las revoluciones” . 

Su humanismo es un gusto estético por la vida humana, por el buen vivir. Es futurista  e irreconciliable con el pesimismo y el escepticismo, y con toda otra forma de postración y decadencia humana.

Afirmaba que con el fin del capitalismo terminaría el predominio de la razón utilitaria y de los ideales de una época en la que el hombre no ve otro sentido a su existencia y realización humana sino en la consecución de riqueza a costa de lo que otros deban perder según los dictados de la racionalidad del sistema capitalista.

Este gusto estético por la buena vida, distante por cierto de lo que Aristóteles, en La Política llamaba el afán de vida, entendido éste como la consecución de riqueza por la usura, guardaba identidad con el pathos del hombre revolucionario, con sus sentimientos, pasiones y emociones creativas por un nuevo orden, un orden socialista que humanice las costumbres, que las cambie, que cambie la mentalidad de una época estableciendo una nueva ética , nuevas, costumbres, diferentes a las que sustentan la estructura del orden burgués, orden que se había mostrado en demasía impotente para terminar con el parasitismo de la economía capitalista .

Un humanismo estético y ético, que se descubriera en el escenario del acontecer histórico y se mostrara más vital en sus raíces y en su contenido que el anterior humanismo, y que en su acontecer, renovará las energías mentales y morales de la humanidad , que vivía entonces el tiempo auroral de los cambios que iniciara la revolución bolchevique.

Al haber devenido el capitalismo en infecundo para cumplir con los ideales del progreso y la ilustración, la revolución socialista le daba un sino diferente a la evolución, le daba otro sentido, su definitivo sentido emancipatorio, en tanto, —afirmaba Mariátegui—, el progreso de la humanidad aparecerá a la sazón como la representación del devenir que ha tramontado a los regímenes de la desigualdad y la servidumbre del hombre en el esclavismo y el feudalismo, a la explotación y el régimen del salario en el capitalismo, por un régimen igualitario en el socialismo .

Su evolucionismo es diferente del evolucionismo del historicismo y del racionalismo de la modernidad liberal, para el que la idea del bienestar material de la humanidad había generado un respeto casi superticioso por los ideales del progreso: libertad, igualdad y fraternidad, con los que la humanidad parecía haber hallado una vía definitiva a su emancipación  de la necesidad y la escasez.

Mariátegui, muy bien podría haber dicho que evoluciona quien revoluciona . Su evolucionismo, al igual que su humanismo, es voluntarista . Pero, este voluntarismo no es ni frívolo ni sensual, y menos contemplativo y mediocre, fatigado y apagado en la mesura y la timidez de los ideales y los propósitos de libertad e igualdad de una época; menos es un deseo morboso y enfermizo por lo trágico y lo autodestructivo, por el culto a la violencia, a la muerte y a lo decadente.

No es el voluntarismo del socialismo homeopático , del socialismo mínimo exiguo, inaprensible e inapreciable.

No es tampoco el voluntarismo de las almas adormecidas en las veleidades e inconstancias de un revolucionarismo escénico que se volatiliza en el retablo de los dioses del liberalismo; tampoco es un voluntarismo moralista que se repliega en su proximidad con la violencia y su uso. Es un voluntarismo creativo y heroico, aventurero y transformador, el del revolucionario socialista que decide vivir peligrosamente en la acción y en el acaecer, inventando los acontecimientos, como un protagonista del acto revolucionario del crear un régimen igualitario que humanice al hombre .

Mariátegui creía con convicción que en el período que va de la ilustración a la primera gran guerra imperialista, la fórmula, el paradigma de una edad racionalista de la evolución humana tenía que ser y era justo que así fuera, como Descartes dijera: cogito, ergo sum, pienso, luego existo.

Pero con el fin de esta edad racionalista de la evolución y el progreso, en el tiempo ya de la edad romántica, revolucionaria y quijotesca de la posguerra, el antiguo paradigma no servía como antes; se imponía entonces una nueva fe, una nueva creencia, una nueva mentalidad para la existencia humana y su devenir: la vida, más que pensamiento, diría, es acción , es combate, es lucha, es agonía.

En realidad con la decadencia del tiempo  del racionalismo cartesiano, no estaba en crisis la razón moderna, sino el racionalismo que terminó desprestigiando a la razón en las verdades objetivas y demostrables de la causalidad de la ciencia y el positivismo; en el desapego de lo humano por la supremacía casi insana de la creencia en las capacidades portentosas de la técnica transformadora del mundo natural y de las relaciones de trabajo entre los hombres, y de las propias condiciones de su adaptación al mundo de la vida. Mariátegui escribiría que el racionalismo no ha servido sino para desacreditar a la razón; racionalismo que al desarraigar del alma de la civilización burguesa los residuos de sus antiguos mitos metafísicos, había condenado a la misma a sufrir en algún momento la falta, la ausencia de un mito, de una fe, de una esperanza .

Al quedarse solo con el mito del progreso, que en las condiciones del capitalismo mostrara la evidencia de la paradoja de su incertidumbre, paradoja que se manifestara tanto en el sentido de los sucesos de la Primera Guerra mundial y el ascenso del fascismo, y posteriormente del nazismo; como en el sentido del acontecimiento histórico de la revolución de los bolcheviques en la lejana y extraña Rusia de los zares.

La esperanza parecía renacer en la escenificación heroica, extremada y exultante, de la revolución de octubre, que representara también en sus extravíos la muerte del antiguo régimen zarista en el asesinato de los Romanov, y en la pérdida y la expurgación de lo antiguo: del nombre Petrogrado, ciudad fundada por Pedro el Grande, y su reemplazo por Leningrado, en honor al líder bolchevique; acto de afirmación del porvenir en la creación de un nuevo nombre.

El nuevo racionalismo, el que fuera insuflado y motivado por el marxismo, la nueva razón, la del régimen igualitario socialista, razón triunfante en el octubre rojo, llegaba a tiempo para satisfacer la necesidad de infinito que hay en el alma humana, dándole al hombre una nueva fe, la fe en el socialismo que aparecía así como el mito final de la realización de los fines de la modernidad, de la libertad e igualdad de los hombres, mito que —como advirtiera Mariátegui—, tuvo en su oportunidad la “preciosa virtud de llenar el yo profundo”  de los hombres creyentes y metafísicos, de los que viven y se mueven en el sentido que la historia reclama; de los hombres iluminados por una creencia superior ante la crisis del capitalismo de aquellos años.

La necesidad de infinito a que se refería Mariátegui, la suplía el socialismo, el que devino en la nueva fe, en una creencia superior a la creencia positivista del hombre, el que al desprenderse de lo sobrenatural había descubierto un exorbitante y singular poder para dominar la naturaleza y ponerla al servicio de sus fines, dejando así a los fines metafísicos del alma humana librados al azar y prodigalidad de las realizaciones del capitalismo. 

El mito de la igualdad socialista que empezaba a manifestarse con la revolución de octubre, no solo amenazó al capitalismo con reemplazarlo, sino que mostró una convicción y una práctica superior a la del capitalismo y la democracia liberal, a los mitos de la revolución liberal, a los mitos de la libertad, la democracia y la paz .

El socialismo había devenido entonces en una mentalidad de multitudes, en un mito multitudinario . El miedo de la burguesía, aliada al socialismo de la Segunda Internacional, la empujo ha llevar a su término la revolución liberal en Europa, —como observara Mariátegui— y poner fin a los rezagos de feudalidad y absolutismo aún remanentes en la Europa Central, en Rusia y Turquía .

Para Mariátegui la revolución liberal había devenido infecunda, y más que certidumbre y aliento, ofrecía la esterilidad de su escepticismo y decaimiento. ¿Dónde encontrar el mito capaz de reanimar espiritualmente el orden que tramonta?, se preguntaba Mariátegui. Creía que nada era más estéril que intentar reanimar un mito extinto, consumido, vencido.

Que la renovación espiritual exigía un nuevo hombre predispuesto a una mística nueva, creyente en los milagros terrenos, capaz de llevar la esperanza a los desvalidos y a los desgraciados, a los sin esperanza; apto para suscitar entre ellos nuevos mártires dispuestos a transformar el mundo, hombres nuevos que no sean los mismos hombres creyentes y desesperanzados de los mitos liberales .
Un hombre nuevo forjador de un humanismo socialista casi religioso, que afirmara su fe en el socialismo igualitario, y que sin rubor afiance también su religiosidad en la identidad con la diseminación de su fe y las creencias de las multitudes, consolidando un humanismo afirmativo, esperanzador y liberador.

Para Mariátegui, el nuevo hombre para dejar de ser el mismo hombre debe vencer al mismo hombre, al complacido en la obra exultante y casi siempre mezquina del capitalismo; hombre en realidad desencantado, nihilista y escéptico respecto a si los fines últimos de la ilustración se lograrían alguna vez y en algún tiempo por venir; escepticismo propio del liberalismo, y en lugar de él, un hombre nuevamente afirmativo respecto al poder y la influencia que las multitudes pueden desplegar para trastocarlo todo siguiendo una nueva fe moderna: el socialismo.

Hombres de almas diferentes, de espíritus contrariados, de estilos de vida diversos, de convicciones contrarias eran entonces Ortega y Gasset, y Romain Rolland, almas de fines distintos que coexisten, que luchan entre sí, que se oponen, y que inquietan y conmueven a quienes los siguen. Para Mariátegui, Ortega y Gasset representaba el “alma desencantada”, y Romain Rolland al “alma encantada”. Señalaría Mariátegui que el alma desencantada de Ortega y Gasset encarnaba, simbolizaba el alma de la entonces decadente civilización burguesa , mientras que el alma encantada de Romain Rolland era el alma de los forjadores de la nueva civilización.

Creía con fervor que el mito de la revolución socialista abría paso a la nueva civilización, y que su realización, acontecer y ofrecerse a todos, le correspondía al proletariado , mientras la burguesía se tomaba su tiempo para remontar el crepúsculo de la civilización que timoneaba en el tiempo de las tormentas y cambios sociales, mientras sus intelectuales se entretenían en la crítica racionalista de la teoría, la ciencia y su método.

Mariátegui vería en esta diferencia de estilo y espíritu frente a la crisis del sistema capitalista y la democracia liberal, dos estilos de vida, uno negativo y el otro afirmativo, uno preocupado por restablecer el orden capitalista, y el otro predispuesto a subvertirlo todo para crear un orden nuevo; en fin uno sin otros mitos que la ciencia y la democracia, y el otro materialista y humano, religioso y místico, espiritualista y voluntarista, que deviene con la irrupción de un hombre divino, que en sus más profundas motivaciones humanas y humanistas se ha desplazado del cielo a la tierra .

Su humanismo, como no se cansara de repetir, es profundamente religioso en sus creencias y en las posibilidades de su realización en el socialismo. Mariátegui recupera para el socialismo marxista el sentido metafísico de las religiones , trastocando, mudando su optimismo del ideal divino de una mejor vida librada de las desigualdades e iniquidades de la vida terrena, por el idealismo materialista, optimista y no pesimista de la existencia humana emancipada.

La fe en el mito socialista, en la humanización terrena del hombre, es según Mariátegui, un nuevo deseo, una nueva verdad, similar en la fuerza de sus creencias a las creencias religiosas, pero diferente en tanto su ideal del mundo, sus esperanzas no son puestas en lo divino, en la obra del cielo, sino en la obra terrena.

Es una religiosidad no pesimista , es la religiosidad de la nueva generación  que reconociéndose en la verdad relativa del nuevo mito socialista , cree en él como si fuera una verdad absoluta, una necesidad absoluta, ya que sin la fuerza de esa creencia le resultaría al hombre nuevo casi imposible separarse del hombre que es y acometer la acción, la práctica transformadora del mundo y del hombre mismo.

Humanismo y revolución es una identidad en el socialismo de Mariátegui. El uno es imposible sin el otro. El espíritu revolucionario, explicaría, es espíritu constructivo, espíritu capaz de una gran empresa histórica, y la revolución, más que una idea, es un sentimiento, y más que un concepto es una pasión , a la que llegan los hombres con una especial capacidad psicológica  y sin reservas mentales con el viejo régimen al adoptar las reivindicaciones revolucionarias; hombres que no sólo las acepten y las quieran, sino que luchen y actúen por ellas, que las deseen y se encuentren en el gozo de su satisfacción.

Mariátegui indicaría que la idea revolucionaria tiene que desalojar a la idea conservadora no sólo de las instituciones, sino también de la mentalidad y el espíritu de los hombres . Eran tiempos de la utopía igualitaria casi al alcance de la mano de los humildes, de los pobres, de los miserables ; tiempos en que la política era creadora, innovadora, realizadora de los ideales de las muchedumbres.

Tiempos de cambios rápidos y bruscos en los que “la verdad —escribía Mariátegui— de nuestra época es la revolución”, revolución socialista que proclamaba sus fines dignificando a la acción política; que declaraba que su fin supremo no era solo la conquista del pan para los pobres y miserables, sino también la conquista de la belleza, del arte, del pensamiento libre de todas las complacencias del espíritu . Si algo podemos decir y reconocer de Mariátegui es su humanismo socialista, que es agónico y emancipador, en fin, el humanismo de un artista creativo y creyente a la vez.

Su obra ha sido comentada con prolijidad y sus libros han sido traducidos al inglés, francés, chino, japonés, ruso. Ha sido y sigue siendo interpretado profusamente, y en la interpretación pareciera que no hablara él, como hubiera querido que trascendieran sus ideas e ideales. El humanismo socialista de Mariátegui no puede reducirse a su interés narrativo y metafórico, a las influencias que su pensamiento recibiera, al acento que le diera a su ideal de un socialismo sin calco ni copia, o a su proximidad con el “problema del indio”.

La defensa que hiciera de la cultura de los quechuas fue incomprendida por Luís Alberto Sánchez, que lo tildara de indigenista costeño, obligándolo a pedirle que lo llame “simplemente socialista” . Los dos últimos años de su vida fueron marcados por las vicisitudes de su enfermedad agravada por la amputación de una pierna en 1924, por la tensa angustia de su aislamiento final y su derrota política circunstancial ante el estilo pedestre y utilitario de la política “criolla” que, hibridada por el civilismo, emergiera en los años 20, y que pareciera inundar hasta ahora casi todo en el Perú con su influencia disolvente y decadente.

Fue abandonado por algunos de sus correligionarios carentes de la vitalidad, la fe y el mito que reclamara, y en su soledad de pensador ductil y fiel a sus ideales, siente con pesar al final de su vida, el triunfo circunstancial del espíritu conservador y criollo en la política y la cultura de su tiempo. Mariátegui, en una carta  autobiográfica, escribiría: “En 1924 estuve,...a punto de perder la vida. Perdí una pierna y me quedé muy delicado.

Habría seguramente ya curado del todo con una existencia reposada. Pero ni mi pobreza ni mi inquietud espiritual me lo consienten” . El historiador peruano, Alberto Flores Galindo, en un apunte biográfico señalaría que  siendo José Carlos muy niño, su padre abandona su hogar.

Su pensamiento es frecuentado por los socialistas y revolucionarios latinoamericanos que no creen que el capitalismo haya devenido en un escenario inexorable de la política, si bien su pensamiento no influye como en los años 70 y 80 en la vida de los peruanos. Mariátegui, muere en el año de 1930 después de una agonía de muerte en la Clínica Villarán.

Sus ideales socialistas y su humanismo son aún un compromiso y un acontecimiento por hacerse. No creo exagerar si afirmo que en nuestros días resulta casi imposible ver de manera diferente las ideas de Mariátegui si no se comprende su sentido emancipador y libertario. Su trascendencia está en lo creativo de su pensamiento, en la invitación a la vida heroica y a la aventura de las multitudes, en fin, en lo que simboliza su entrega al ideal de un Perú peruanizado.

Los socialistas herederos del partido que fundara, sabemos que en Mariátegui nos encontramos con el nuevo hombre, con el libertario, el emancipador, el revolucionario, que asumía como propios los problemas de la humanidad, en el nos encontramos con el peruanismo auténtico, con el revolucionario creyente, afirmativo y romántico.

En la forma en que Mariátegui analizaba y estudiaba los problemas de su tiempo, debemos reconocer lo mejor de su método de análisis y pensamiento crítico, de sus ideales socialistas, de su marxismo convicto y confeso, de su fe religiosa en la voluntad creativa de los pueblos. Nos encontraremos con el socialismo de Mariátegui y el socialismo marxista.

 (*) Economista, profesor de la Universidad Particular Ricardo Palma.
(**) Secretario General del Partido Comunista Peruano

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